martes, 29 de mayo de 2007

Sed

Se decía entre la niebla que adorna las calles de Pueblo al atardecer, que existía un libro que no era eterno, pero nunca acababa. Los rumores penetraban los oídos de los curiosos, fascinados ante la remota posibilidad de emprender un viaje con un sólo ejemplar en el morral. Los pueblerinos viajaban tanto que ya habían acabado la mayor parte de la obra de los Maestros; Sabiduría vapuleada de los cien siglos, Notas anónimas sobre El Poema y Las tres mil cuatrocientas treinta y dos formas de percibir un línea en el suelo, entre otros.

Dicen que el libro contenía historias que a veces se unían en una novela, dependiendo de quién las leyera. Otras veces retrataba historias fantásticas, hundidas en el olvido y rescatadas en forma de poemas. Algunos osados, llegaron a decir que cuando lo leyeron, pudieron ver cómo las ilustraciones de las hojas amarillentas, bailaban al son de un vals.

Lo cierto es que aquellas hojas cambiaban a quienes las leyeran; y no sólo por la ebullición que ellas causaban en la sangre, sino porque nadie volvía ser la misma persona luego de leerlas, y así, cada vez que volvían al libro, éste contenía algo completamente diferente a la vez anterior. O quizá es lo mismo; nadie pudo comprobarlo aun.

jueves, 24 de mayo de 2007

El Mutista de Hurlingham

Érase una vez un pueblito muy pintoresco llamado Hurlingham. Allí se vivía bien, se comía bien y se hacía mucho el amor. No obstante esto último, los felices habitantes de Hurlingham sabían de métodos anticonceptivos, por lo tanto no había esa típica proliferación de niños descalzos y hambrientos que caracteriza a los países en vías de nunca jamás desarrollarse. La gente no trabajaba porque habían delegado toda actividad indeseada en las máquinas. Las máquinas eran unas cosas gigantescas que producían cualquier cosa que los habitantes de Hurlingham necesitaran. Las máquinas eran tan perfectas que, de no haber existido, las podríamos considerar utópicas.

Ahora bien, en medio de tanta felicidad, los habitantes de Hurlingham tenían un gran problema: las máquinas que tanta dicha aportaban, también hacían mucho, muchísimo ruido. Cuando un habitante de Hurlingham viajaba al exterior y quería describir el ruido que hacían las máquinas de su pueblo, decía que hacían tanto ruido como dos elefantes riñendo dentro de una nuez. Por lo general, los extranjeros no le creían, pero se hacían una buena idea del ruido de las máquinas, razón por la que casi nadie visitaba Hurlingham, como no fuera estrictamente necesario.

El hecho de tener pocas visitas no perturbaba a los habitantes de Hurlingham, que sólo recordaban esta cuestión en los breves intervalos de la cama al comedor. Las personas que vivían en casas con pasillos largos tendían, obviamente, a preocuparse más por el asunto que las que habitaban casas con la cocina contigua al cuarto.

Fue un hombre llamado Humberto Sinhache quien un buen día decidió que había que hacer algo para que los extranjeros fueran de visita a Hurlingham. Humberto Sinhache vivía en una casa con un pasillo muy largo. Además, su esposa lo había abandonado hacía algunos meses.

Un buen día, llegó a Hurlingham un hombre que se hacía llamar “el Mutista”, aunque nadie le hacía mucho caso y todos preferían llamarlo Perón. Perón golpeó la puerta de la casa de Humberto Sinhache sin que nadie respondiera. Finalmente, Humberto Sinhache salió a comprar el pan y se encontró con Perón golpeando la puerta de su casa. Le explicó que en Hurlingham no se golpeaban las puertas porque nadie escuchaba los golpes a causa del ruido de las máquinas. Entonces, Perón dijo:

-Yo tengo la solución. Soy capaz de silenciar el ruido de estas horribles máquinas.

-¿En serio? –preguntó, incrédulo, Humberto Sinhache.

-Sí –respondió, tajante, Perón.

Al cabo de algunos párrafos, el autor se dio cuenta de que si seguía escribiendo a este ritmo, no terminaría nunca este bello relato, de modo que decidió esbozar el nudo y desenlace de la historia y retirarse a sus lóbregos aposentos, entonces.

Resulta ser que el tal Perón consigue apagar el ruido de las máquinas, pero la gente de Hurlingham decide no pagarle nada por razones ideológicas. Ellos decían que su trabajo sería poco digno si recibiera una paga por él. A Perón esto le importaba un pepino. Así fue que Perón decidió enmudecer a todo el Pueblo de Hurlingham, que desde el día de entonces vive sin emitir una sola palabra. Por supuesto, este hecho aumentó la xenofobia de los habitantes de Hurlingham y, además, el odio que éstos ya desde siempre tenían hacia Humberto Sinhache. De más está decir que, si había alguna posibilidad de que la esposa de Humberto Sinhache volviera con él, este lamentable asunto la echó por tierra. De hecho, se cuenta por ahí que la esposa de Humberto Sinhache anda recorriendo los pueblos con su nueva pareja, el Mutista, también conocido como Perón, Yrigoyen o Einstein.

FIN

martes, 22 de mayo de 2007

Motocicletas, vacaciones, otoño

Caminaba de noche por la calle. Llegando por fin a su casa, comenzó a pensar en la posibilidad de planificar su vida implacablemente a través de decisiones tan determinantes que lograran impedir cualquier desvío. Cambiaría sus hábitos, pondría atención a cada detalle a fines de llevar a cabo algún objetivo final que, por supuesto, aún no tenía muy en claro. Esto pensaba mientras caminaba de noche por la calle, llegando por fin a su casa. Se le ocurrió entonces la posibilidad de que algo terrible le sucediera a la vuelta de la esquina próxima. Pensó en lo paradójico de que un hombre fuera caminando de noche por la calle, llegando por fin a su casa, tomando serias decisiones sobre su propio devenir y que de pronto algo fatal, inevitable, más allá de toda elección posible, le ocurriese. Pensó que sería una buena idea y que apenas llegara a su casa, la escribiría. También pensó que todavía estaba a tiempo de ocurrirle a él mismo eso que imaginaba.

La última cuadra se debatió entre la curiosidad y el miedo. Cuanto más se acercaba a su casa, más expectativa le generaba el hecho de que pudiera haber un asesino esperándolo en la puerta. Alcanzó a decirse que sería absurdo encontrarse con un asesino en el umbral de su casa inmediatamente después de considerar la posibilidad de encontrarse con un asesino en el umbral de su casa. Además, se lamentó, si alguien lo asesinaba en ese momento, jamás llegaría a escribir la buena idea que se le había ocurrido mientras caminaba de noche por la calle, llegando por fin a su casa. Nada ocurriría, se dijo. Llegaría a su casa, se sumiría en la cotidianidad de calentar la comida, sentarse frente al televisor y nunca jamás llegaría a escribir nada, pero no sólo esta breve idea que ya casi le parecía vieja, sino que jamás sería capaz de llegar a escribir nada trascendente para nadie. Se preguntó si alguna persona en el mundo alguna vez se había interesado siquiera un poco por algo que él hubiera escrito. Se respondió que no, y esa crueldad sincera para consigo mismo le dio bronca, y decidió que, de allí en adelante, cambiaría toda su vida. Se mudaría de barrio, dejaría de frecuentar a sus amigos, se abocaría a leer y a escribir hasta convertirse en un gran literato. Comenzaría por buscar un departamento con buena luz, le gustaba la luz de la mañana para escribir, luego conseguiría un tocadiscos para escuchar viejos vinilos de jazz, tendría un gato y algunos cuadros originales, no para ostentar, sino como fuente de inspiración. No recibiría muchas visitas, sólo algunos amigos escritores irían de vez en cuando para discutir acerca de literatura, el les diría que aún no podrían leer lo que estaba escribiendo, que sólo una vez que terminara podrían leer aquello que estaba escribiendo, que aún no había terminado, cuando se dio cuenta de que aún cabía la remotísima posibilidad de que realmente hubiese un asesino esperándolo en la puerta de su casa y de que su primera idea podría realmente llegar a cumplirse y de que él realmente podía ser el gran planificador sorprendido por lo inesperado e inevitable. Definitivamente, pensó, todo esto era digno de ser escrito.

Sin embargo, nunca llegó a hacerlo, nunca llegó a escribir su idea. A decir verdad, nunca acabó de llegar a su casa, y eso que le faltaban tan solo unos pocos pasos. El hombre agazapado en la oscuridad dio un paso al frente y, sin mayores sutilezas dramáticas, hundió burdamente el filo en su estómago. Burdamente, sin nada de gracia. No perdimos gran cosa, pero realmente es una lástima que nuestro amigo no haya llegado a escribir su buena idea. No es que fuera genial, pero no están los tiempos como para andar desperdiciando ocurrencias, por simples o absurdas que parezcan. Una lástima.

jueves, 17 de mayo de 2007

Los Hombres que fingían vivir

Una estación de tren. Un puesto de comidas a la vera de un andén. Muy de los 30, muy amarillentos. El puesto tiene un "staff" que recurre a él. Ni siquiera se prestan atención entre ellos. Como si no existieran, fluyen en la vida sin tocarse, sin sentirse. Los únicos que pueden dar cuenta de esto son el puestero y,por supuesto, la estación.Interactúa con dejadez con algunos miembros del elenco estable de su puesto, pero ellos no lo hacen entre sí. Quizás se miren, pero como se mira a las manchas que tienen mucho tiempo y ya no se pueden sacar. Son caras ajadas, maltratadas, derruidas. Son hombres que les falta existencia pero abundan de aclaraciones. De ser algo visual habría muchos detalles. De sus arrugas, de su ropa, de la as-pereza de todo eso. No es un relato de cotidianidad. Es el ocaso de un día cotidiano. En ese ocaso, el tren jamás llegará y se dará la imposible muerte de alguno de estos hombres que fingían vivir, presenciada-en sentido estricto- sólo por el puestero que simulaba estar despierto y viendo, aunque durmiera como siempre en ese instante y cuyo maldito dormir no obsta a que todo venga a saberse y contarse, sin decirse. Esto es, que el resto de los hombres empiezan a hablarse entre sí, pero sobre todo, se miran y ven.

martes, 8 de mayo de 2007

Ver

Para inaugurar con algo bien mediocre, excepcionalmente mediocre, sobresalientemente mediocre, transcribo -copy/paste- un mail que me auto-envié desde ese exilio del alma que es el trabajo de uno. Con esto inauguro también algo que hace a la forma en que cabe expresar las ideas en este no espacio. Estaría bueno, además de Buenos Aires, estaría bueno que cada quien adjuntara a la idea en cuestión una breve descripción del proceso de germinación de la misma o lo que sea, es decir, un breve contexto, que en este caso particular sería esto.

Bien, va la idea baladí (o baladía va lai dé).

"La de un tipo que tiene un problema en la vista, entonces el oculista le permite ver sólo unos minutos por día, digamos cinco minutos. Entonces, el tipo es casi ciego, pero tiene la posibilidad de ver algo hermoso cada día, entonces se pasa el resto del día preparándose para ese momento en que podrá ver algo hermoso. Y prepara todo para el instante mágico, y de a poco va perfeccionando la obra, qué se yo" (sic).

Tal es la cosa. Los desafío a superarme en insignificancia.