jueves, 17 de mayo de 2007

Los Hombres que fingían vivir

Una estación de tren. Un puesto de comidas a la vera de un andén. Muy de los 30, muy amarillentos. El puesto tiene un "staff" que recurre a él. Ni siquiera se prestan atención entre ellos. Como si no existieran, fluyen en la vida sin tocarse, sin sentirse. Los únicos que pueden dar cuenta de esto son el puestero y,por supuesto, la estación.Interactúa con dejadez con algunos miembros del elenco estable de su puesto, pero ellos no lo hacen entre sí. Quizás se miren, pero como se mira a las manchas que tienen mucho tiempo y ya no se pueden sacar. Son caras ajadas, maltratadas, derruidas. Son hombres que les falta existencia pero abundan de aclaraciones. De ser algo visual habría muchos detalles. De sus arrugas, de su ropa, de la as-pereza de todo eso. No es un relato de cotidianidad. Es el ocaso de un día cotidiano. En ese ocaso, el tren jamás llegará y se dará la imposible muerte de alguno de estos hombres que fingían vivir, presenciada-en sentido estricto- sólo por el puestero que simulaba estar despierto y viendo, aunque durmiera como siempre en ese instante y cuyo maldito dormir no obsta a que todo venga a saberse y contarse, sin decirse. Esto es, que el resto de los hombres empiezan a hablarse entre sí, pero sobre todo, se miran y ven.

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