martes, 29 de mayo de 2007

Sed

Se decía entre la niebla que adorna las calles de Pueblo al atardecer, que existía un libro que no era eterno, pero nunca acababa. Los rumores penetraban los oídos de los curiosos, fascinados ante la remota posibilidad de emprender un viaje con un sólo ejemplar en el morral. Los pueblerinos viajaban tanto que ya habían acabado la mayor parte de la obra de los Maestros; Sabiduría vapuleada de los cien siglos, Notas anónimas sobre El Poema y Las tres mil cuatrocientas treinta y dos formas de percibir un línea en el suelo, entre otros.

Dicen que el libro contenía historias que a veces se unían en una novela, dependiendo de quién las leyera. Otras veces retrataba historias fantásticas, hundidas en el olvido y rescatadas en forma de poemas. Algunos osados, llegaron a decir que cuando lo leyeron, pudieron ver cómo las ilustraciones de las hojas amarillentas, bailaban al son de un vals.

Lo cierto es que aquellas hojas cambiaban a quienes las leyeran; y no sólo por la ebullición que ellas causaban en la sangre, sino porque nadie volvía ser la misma persona luego de leerlas, y así, cada vez que volvían al libro, éste contenía algo completamente diferente a la vez anterior. O quizá es lo mismo; nadie pudo comprobarlo aun.

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