viernes, 16 de abril de 2010

Próxima Gran Cosa

Me digo que esto tiene que quedar en algún lado, y como soy hombre de mi tiempo, me decido a abrir un blog, uno más de los cientos de miles de millones que se abren por milésima de segundo en cada esquina del planeta. No importa, me digo, que digan lo que quieran, todo blog es único y el mío es el más único de todos. Ya estoy escribiendo www... cuando recuerdo que ya tenemos un blog y, si bien nada se gasta, ningún otro árbol se tala, ningún otro ambiente se contamina, ningún otro niño muere de hambre cada vez que yo abro un blog (ahora que lo pienso, no sé si es correcta la expresión abrir para referirse a un blog, ya debe haber algún neologismo al respecto), si bien no hay perjuicio alguno en ello, además de un hombre de mi tiempo supe ser un niño del siglo veinte, época lejana en que la humanidad conocía otros números además de los unos y los ceros y las cosas eran materiales y finitas, cada paquete traía ¿cinco? figuritas; entonces, recuerdo que en alguna parte existe un blog abandonado que probablemente clame por nuevos y picantes contenidos, y me mando. La última entrada es de hace un año y un mes. Eso en este siglo equivale a todos los años oscuros de la Edad Media y un toquecito de Renacimiento. Pero en fin, aquí vamos: han pasado muchas cosas en el medio, Ombligo Producciones se erigió y el viento de la vida nos erosionó, nos fuimos depurando, habíamos hecho radio, hicimos un corto, una movida culturosa que quedará en los anales de la historia y que supo llamarse Umbílica, y ahora estamos terminando la etapa Variaciones sobre la peste, una obra loquísima que -no lo van a creer- combina, de izquierda a derecha, música en vivo, teatro y video. Entretanto, como siempre, va comenzando a aparecer la Próxima Gran Cosa, eufemismo beatle para referirse al próximo quilombo en que nos vamos a meter. Lo que voy a hacer es copiar y pegar, operación posmoderna por excelencia, todas las inspiradas reflexiones que vayan surgiendo en torno a la Próxima Gran Cosa. Es probable que estas pequeñas producciones intelectuales sólo lleguen a conocerse a través del tamiz implacable de la Obra y que tú, lector, no seas más que una imagen indefinida en mi pisquis. Pero, ¿y si no?

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