Despertó abrumado por la sed de un sueño seco. En la oscuridad del cuarto, tomó el vaso que había sobre la mesa de luz, lo llevó con precisión a sus labios y bebió de un solo trago.
Entre el agua que recorrió fugazmente su garganta, pudo sentir el volumen inequívoco del bicho y alcanzó a pensar cucaracha antes de reconocer los pasitos desesperados dentro de él. En un cosquilleo aberrante, la bestia y él desesperaban al mismo tiempo, ella atrapada en su cuerpo, él también. Pensó ayuda, bicho, morir.
Bajó hasta la cocina guiado por el asco y blandiendo una enorme cuchilla comenzó a hurgar dentro de sí mismo hasta encontrar la muerte. Algunas horas más tarde, la cucaracha consiguió escapar por uno de los profundos cortes, entre la sangre y las vísceras.
Nadie nunca pudo comprender el motivo que llevó a aquel hombre a dañarse de ese modo, porque la imaginación de las personas encuentra algún límite en la repugnancia.
domingo, 21 de septiembre de 2008
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