martes, 31 de julio de 2007

Agua

Caminaba yo por calles no vacías y no obstó mi habitual desdén para que alcanzara a notar en la también habitual intersección de cuatro baldosas un chorrito de agua que pugnaba por salir a la superficie de a pequeñitas gotas. Mayor aún fue mi sorpresa cuando al cabo de unos días ese chorrito ya estaba pasando la mayoría de edad y nadie se había preocupado por lo que sin duda era ahora una pérdida importante. Nadie había atendido a la probable rotura de un caño o la malversada disposición de la vereda. Tampoco mi desdén, aquél sí, el habitual en mí, había sido vencido ni aún vencido por semejante fenómeno y, en consecuencia nada había hecho yo tampoco. Los días pasaron, las calles siguieron no vacías y yo volví a pasar por aquella vereda, diría yo casualmente, diría cualquiera que me escuchara, oportunamente. El chorrito era poco menos que una catarata y no se había contentado con traer desperdicios desde su interior sino que poco a poco humanos, humanoides, para hablar con precisión, habían comenzado a asomar, escupidos por aquella intersección de baldosas, casi sin responsabilidad, sin aviso, en una superficie por demás fría y desdeñosa, como yo que los observaba. No dejo de visitar esa vereda. Ni siquiera luego de que la nueva civilización estuviera ya definitivamente enclavada. Aquellos seres que ahora gobernaban nuestras antiguas calles abúlicas, aquellos que han traído aquí todo lo suyo, sus palacios y su armemento, su culturay su educación han podido morigerar mi habitual desdén.

No hay comentarios: