viernes, 8 de junio de 2007

Inconsciente Colectivo

En el medio de la urbe superpoblada, atraviesa las avenidas cada vez más ignotas un autobus en aquel momento en el que alba ya dejó de ser dueña y su posesíon sobre el día y la luz queda hipotecada. Un vendedor ambulante de tijeras sube al autobus a hacer lo que hace desde hace años. Comienza con su clásico speech, ya remozado una y mil veces pero se detiene a la mitad al descubrir que todos los pasajeros parecieran estar dormidos. Todos con las cabezas gachas. Este desoncertante panorama desmotiva completamente al vendedor. Frustrado, se voltea a buscar aquella usual complicidad con el chofer, pero antes de que esto ocurra, es encandilado por las luces de otro colectivo que venía en camino opuesto. Cree ver en ese otro autobus a un violinista apretujado por su público que no para de abrazarlo, seguramente por alguna pieza hermosa que habría tocado. Pero no llega a pensar mucho en esto en tanto su previa sensación inacabada de encontrar la mirada cómplice del chofer de su propio autobus sigue latente. Es entonces cuando con mucha sorpresa descubre que también el chofer conducía con la cabeza gacha y con los ojos cerrados. Eso le despierta a nuestro vendedor aquello que a veces experimentamos cuando soñamos en asistir desnudos a algún evento social repleto de gente-el vendedor jamás había soñado esto ni nada por el estilo. Pero esta es otra sensación inacaba para el vendedor que no puede detenerse en esa sorpresa que ya está viviendo otra. El autobus había comenzado a alejarse de las calles más frecuentadas, y el afuera había perdido el color. O más bien había ganado uno homogeneo: el blanco. Desorientado, decide nuestro protagonista recurrir al tranquilizador discurso vendedor y lo retoma desde donde lo había terminado: explicando las facultades de sus tijeras. Sabe que nadie lo escucha, que el conductor duerme, el afuera es extraño y blanco y sin embargo, descansa su tranquilidad en terminar su discurso y bajarse en la próxima parada. Así es como le inunda otra preocupante sensación que lo lleva a pensar en que este autobus no ha parado desde que desde que él subió, pero como antes, no puede pensar esto en profundidad que ya está ocurriendo lo contrario. El autobus se detiene. Afuera no se ve nada. O se ve todo. Blanco. Los pasajeros parecen despertar. Se paran y empiezan a descender de colectivo. El vendedor permanece inerte, quieto con una de sus tijeras en la mano. Algunos pasajeros ya han empezado a bajar lo chocan al pasar y nadie le pide disculpas. Él toma a uno del hombro y le dice: "¿Por qué no me escuchan? Tan sólo les ofrecía unas tijeras" Y el pasajero le responde, "donde estamos ya no necesitamos tijeras". El vendedor guarda la que tenía en la mano y con el colectivo ya desolado toma su bolso y piensa "El violinista que tocaba en el otro colectivo no parecía estar disfrutándolo."

1 comentario:

E-deario dijo...

Mi Paredro admite que sobre el final sintió un escalofrío y brinda por eso.